Roguemos al Señor - últimas reflexiones

Aldila - Oficial

martes, 31 de marzo de 2009

Reflexión: Jn 8,21-30


Por algún motivo que desconozco absolutamente, anoche soñé que estaba condenado a muerte. Iba a ser decapitado. Recuerdo que sentía que era injusto, que me parecía una pena desproporcionada, pero que no había nada que pudiera hacer. La sentencia había sido dictada y junto con otros dos hombres, cuyos rostros y nombres no recuerdo, pero con los que me unía cierta familiaridad, debía ser ejecutado. Recuerdo que por algún motivo, obnubilados por la angustia y la desesperación, ante el hecho inminente, finalmente decidí que sería el primero…Por alguien tenían que empezar y no corría ningún apuro, con tal que la sentencia se cumpliera antes de la puesta de sol. Luego de tal decisión y pasados los segundos de paz que me trajo, nuevamente entré en desesperación, ante el fin inminente. No podía creer que estuviera enfrentando el fin de mi vida. Eso era todo, allí terminaría. Luego, la oscuridad total o tal vez el dolor eterno de la muerte, de mi propia muerte…¿Quién sabía? ¿Quién podía decírmelo? ¿A quién podía creerle? Buscaba desesperadamente a alguien que me dijera, que me asegurara que todo pasaría en un instante y que luego todo sería paz, mientras esperaba probablemente el Juicio Final. Sin embargo vino a mi mente la escena en la que mi cabeza se desprendía de mi cuerpo. Sería tal vez algo como la sacada de una muela pero sin anestesia…algo muchísimo más intenso y doloroso que aquello…¿Cuánto duraría? Y mientras tanto toda la sangre se agolparía en mi cuello y empezaría a derramarse a borbotones. Tal vez trataría de respirar, de inhalar oxígeno, mientras sentía que era imposible, que no había ningún esfuerzo que pudiera hacer que me brindara el poco de aliento necesario para seguir viviendo y sentía la desesperación de ahogarme, de asfixiarme. ¿Cuánto duraría? ¿Cuánto tiempo permanecería consciente de todo aquello? ¿Y después, qué? ¿Le avisaría a mi esposa o tal vez era mejor que no lo supiera hasta después, cuando nada era ya posible? ¿Lo sabía? No se por qué tenía la sensación que todos lo sabían, pero lo aceptaban con indiferencia, como algo que tenía que ocurrir de todas maneras y no había modo de impedirlo, ni tenía sentido si quiera el tratar de evitarlo. Así era.

El Señor es el único que puede traernos consuelo. Él ha vencido a la muerte y para probarnos que Él ha venido a darnos vida eterna, se enfrentará a un destino similar al que soñé anoche, pero al tercer día resucitará. Lo hará en cumplimiento de la Misión que el Padre le ha encomendado. Por Él, en su infinita sabiduría nos conoce y sabe que será necesario llegar a ese extremo para salvarnos, porque no habrá otro modo que comprendamos y decidamos seguirlo libremente. Tendrá que morir en la cruz para salvarnos. Solo así se dará cumplimiento a las escrituras; solo así creeremos.



Oremos:

Señor, dame la fe suficiente y necesaria para creer en Ti y seguirte hasta la muerte, sabiendo que quien pierde la vida por Ti la ganará, en cambio quien la cuida y no es capaz de sacrificarla, la perderá. Por que hasta ese extremo nos amaste y nos enseñaste a amar.

Haznos un instrumento de tu Fe. Que seas Tú quien viva en nosotros.


Roguemos al Señor…

Te lo pedimos Señor.
(Añade tus oraciones por las intenciones que desees, para que todos los que pasemos por aquí tengamos oportunidad de unirnos a tus plegarias)

No hay comentarios:

Reflexiones de HOY