Roguemos al Señor - últimas reflexiones

Aldila - Oficial

sábado, 18 de octubre de 2008

Reflexión: Lc 10, 1-9

Lc 10, 1-9

Jesús envía a sus misioneros y les dice cómo deben comportarse…Tenemos que ir anunciándole, si llevar nada más que su palabra, que es un mensaje de paz y amor, quedándonos con quien quiere recibirnos. No andar de aquí para allá, sino quedarnos y compartir todo con quien nos reciba.

La misión no es fácil, pero quien tiene a Dios, nada le falta. No es preciso nada. Confiar en Dios, apoyarnos entre nosotros y en quienes nos quieran recibir. Con solo estas recomendaciones y la advertencia que vamos como corderos en medio de lobos, debemos afrontar nuestra misión. No hay nada más que decir, pues ya nos ha dado todo. Hay que tener fe, y con la fuerza del Espíritu Santo, marchar adelante, anunciando la Buena Nueva a quienes quieran oírla.

Nuestra misión es anunciar.

Oremos:

Señor danos lucidez e inteligencia para entender cuál es nuestra misión, luego valor y perseverancia para cumplirla.

Que no andemos con tanto rodeo antes de ponernos en camino. Que entendamos que lo único que necesitamos, ya lo tenemos.

Que no nos detengamos, si no para recibir aquello que es justo y necesario.

Que no andemos como picaflores, aquí y allí, sino antes bien, que nos detengamos y profundicemos con quienes nos reciben, mientras permanecemos allí.

Que no nos detengamos, que no nos estanquemos. Que comprendamos que nuestra misión no estará culminada en tanto queden gentes que no conocen a Jesús, a Dios Padre y al Espíritu Santo. En tanto hay pobreza, injusticia y atropellos.

Que seamos portadores de la paz y el amor de Dios Padre.

Roguemos al Señor…

Te lo pedimos Señor.

(Añade tus oraciones por las intenciones que desees, para que todos los que pasemos por aquí tengamos oportunidad de unirnos a tus plegarias)

viernes, 17 de octubre de 2008

Reflexión: Lc 12, 1-7

Lc 12, 1-7

Jesús nos llama, nos invoca a ser coherentes. No podemos llevar una vida doble. Nuestra vida, nuestro comportamiento debe ser el mismo siempre, incluso cuando estamos solos. Debemos purificarnos, al punto que lo que pensemos, lo que digamos y lo que hacemos cuando estamos solos sea iguala que lo que decimos o hacemos frente a los demás.

Esto ha de ser así, si hemos comprendido que la vida es un Don Divino, que la hemos recibido de Dios Padre y que daremos cuenta de cada segundo de ella.
Pero este seguimiento a plenitud no es fácil. Tendemos a caer en la tentación de creer que sólo debemos guardar apariencias ante los demás y luego, cuando estamos solos, en privado, nos desbandamos. Esto no puede ser. Esto es lo que tenemos que evitar. Nuestra vida debe ser coherente única, siempre. A eso nos llama Jesús.

Por eso digo que debemos purificarnos. Entiendo ello como un proceso, que comenzado en algún lugar, termine por abarcarlo todo; por abarcarnos íntegramente, cada espacio, cada resquicio; más aún los íntimos, aquellos que nadie ve. Porque si somos y actuamos cristianamente en nuestra vida íntima, en aquella que nadie ve (sólo Dios, a quien no se le escapa nada), con cuanta mayor razón habremos de ser cristianos ante los demás.

Uniendo estas lecturas a las anteriores, en todas las cuales Jesús nos ha llamado a no ser falsos, a no ser hipócritas, ahora si puedo ver claramente de qué trata la CONVERSIÓN. El Señor nos llama a la conversión, pero desde adentro. Es en esta batalla interior donde debemos combatir al demonio, al mal, a las tentaciones. Donde debemos asegurarnos que Cristo venza primero. Si vence aquí, si toleramos que venza aquí, si fomentamos que así sea, si luchamos en nuestro interior por ello, de seguro vencerá afuera. Pero es en nosotros que debe vencer primero.

De allí la necesidad de oración permanente, de purificación. Él debe abarcarlo todo en nosotros. Solamente cuando nos haya copado, podremos dar verdadero testimonio de Él. ¡A eso debemos llegar! ¡A eso podemos llegar! Él está dispuesto a ayudarnos, para eso nos dejó los sacramentos, para eso nos envió el Espíritu Santo. Pero la opción es nuestra.

Recién lo entiendo. Cuando lo que diga y haga íntimamente pueda ser publicado a los 4 vientos, entonces habré logrado la conversión plena. Entonces, no andemos viendo la paja en el ojo ajeno, cuando tenemos una viga en el nuestro…¿Entiendes? ¡No juzguemos! Antes bien, fiémonos en lo que hacemos nosotros cada día, cada hora, cada minuto, cada segundo. No se trata de reservar ciertos tiempos, ciertos momentos, ciertos lugares para nosotros…sin Jesús. ¡No!

Se trata de vivir y estar SIEMPRE a su servicio. ¡Ese es el reto!

Oremos:

Señor, te pedimos que nos hagas coherentes…Que nos des la capacidad para vivir UNA SOLA VIDA. Que no tengamos ningún temor de exponernos públicamente, porque en nosotros sólo hallarán transparencia. Siempre los mismos. Deseando a los demás íntimamente lo mismo que decimos públicamente.

¡Qué difícil, Señor! Pero con tu ayuda, con tu Gracia todo es posible. ¡Ayúdanos a ser coherentes, a vivir una sola vida!

¿Cuántas veces me he justificado diciéndome que cuando menos no hago escándalo? Sí Señor, es que he oído que todo se perdona, menos el escándalo y eso ha bastado para que me cuide que no se sepa lo que hago íntimamente. ¡Claro, me decía, mientras no escandalice!

Pero si me quedo allí, no avanzo. No es suficiente. Mi vida debe ser íntegra, una, dedicada PLENAMENTE a Ti.

El Espíritu de Dios debe penetrar en cada resquicio de mi vida, en cada rincón.

Mientras una cosa sea la que pienso y otra la que digo. Mientras no pueda refrenar y gobernar mis pensamientos, mis deseos y actitudes más íntimas, no alcanzaré la Santidad. ¡Y Tú me has llamado a ser Santo!

¡Eso es lo que hasta hoy no entendí!

Señor que me has permitido ver tu luz, ayúdame a ser coherente, a vivir iluminado por ella SIEMPRE. Purifícame, lávame, límpiame.

Roguemos al Señor…

Te lo pedimos Señor.

(Añade tus oraciones por las intenciones que desees, para que todos los que pasemos por aquí tengamos oportunidad de unirnos a tus plegarias)


jueves, 16 de octubre de 2008

Reflexión: Lc 11, 47-54

Lc 11, 47-54

El Señor no se anda con rodeos cuando tiene que deslindar su posición, cuando tiene que anunciar y denunciar, habla claramente, es enérgico y no deja lugar a dudas ni murmuraciones. ¿Por qué andamos tratando de interpretar sus palabras? ¿Será que queremos adaptarlas a nosotros, adecuarlas a nuestro comportamiento de modo tal que nos resulten inocuas y digeribles?

Es notable que en estos versículos se dirija nada menos que a los maestros de la ley, aquellos que se han levantado como regidores de la vida pública. Los que se supone deben velar por el buen cumplimiento de las normas y leyes que nos permiten vivir en sociedad.

Gobernantes, gerentes, directores, líderes, muy fácilmente caen en la tentación de poner cargas pesadas sobre los hombros de sus seguidores, de sus servidores, de sus empleados…cargas que ellos jamás se pondrían en las espaldas. Es cierto que se requiere cierta presión, cierto empuje para progresar, para desarrollar, para avanzar y mejorar. El bien común, la sociedad lo requiere. Debe haber exigencia, pero sin olvidar la justicia y sobre todo, sin olvidar lo que es más importante: la persona. Nada puede estar por encima de ella.

Más radical aún es la demanda que hace el Señor a todos aquellos que tergiversan la realidad, que a sabiendas engañan a los demás, a los inocentes, a los pobres, a los ignorantes. Cuanto de esto estamos viviendo hoy, que desconocemos de donde viene la crisis mundial, que desesperados buscamos a alguien que nos salve y caemos en las manos de seudo luchadores por la democracia y la libertad, que nos llevan al despeñadero. En nombre del “anti terrorismo” se comenten atrocidades con pueblos enteros, que son sumidos en la guerra, el odio y la destrucción.

¡Ay de ustedes, maestro de la ley, que se han quedado con la llave del saber; no han entrado ustedes y han cerrado el paso a los que intentaban entrar!


Oremos:

Señor, te pedimos que no seamos impedimento de ninguna clase para aquellos que de veras quieren encontrarte. Que no actuemos como filtro, como lastre, como engaño. Que no caigamos en el juego y nos convirtamos en tontos útiles del mal, del odio, del rencor, de la muerte.

Haz más bien que brille tu luz en nosotros, para que podamos alumbrar el camino a nuestros hermanos.

Perdónanos cuantas veces caemos en la arrogancia, en la petulancia, en la soberbia de creernos dueños de la verdad. Danos humildad para guiar a nuestros hermanos respetándolos.

No permitas que obremos por la fama o el reconocimiento; que solo el amor nos mueva. Que seas Tu el fuego que nos quema por dentro y que no nos detengamos hasta ver ardiendo la pradera.

¡Haznos dóciles al Espíritu Santo!

Roguemos al Señor…

Te lo pedimos Señor.

Incluimos aquí un video porque creemos que puede ayudar a la composición del lugar, es decir a situarnos mental u visualmente en las escenas que estamos leyendo en los evangelios.

(Añade tus oraciones por las intenciones que desees, para que todos los que pasemos por aquí tengamos oportunidad de unirnos a tus plegarias)


miércoles, 15 de octubre de 2008

Reflexión: Lc 11, 42-46

Lc 11, 42-46

El Señor sigue hablando de nosotros, de todos los que andamos buscando la figuración, los privilegios, el reconocimiento, la notoriedad, los beneficios. De los que nos quedamos en lo superficial, en la postura, en las apariencias.

Si eso es lo que buscamos, si con eso nos conformamos, seguramente habremos de conseguirlo; pero ¿habrá valido la pena? ¿Eso es lo que quiere Dios de nosotros? Así se comportaban los fariseos. ¿Seremos fariseos?

O tal vez seremos como el maestro aquél, que con el pretexto de seguir la ley al pie de la letra, impone cargas a sus hermanos que no es capaz de llevar él mismo. Exigencia e intransigencia para los demás. Tolerancia, comprensión y permisividad para sí.

¿Cómo somos? ¿Cómo debemos ser? El Señor pone al descubierto: saca a luz todas nuestras debilidades, todas nuestras bajezas. Su Palabra penetra hasta el fondo y toca la fibra más profunda de nuestro ser. ¿Estamos conformes con lo que somos, con lo que mostramos…o estamos dispuestos a cambiar?

El Señor nos lanza un reto; nos señala El Camino. ¿Seremos capaces de transitarlo?


Oremos:

Señor, sin ti no soy nada, no soy capaz de nada. Contigo todo lo puedo. ¡Ven Señor Jesús, toma todo lo que soy, todo lo que tengo, todo te lo entrego a Ti. Haz de mi un instrumento de tu fe.

Quiero ser justo con mis hermanos. Dar sin importar cuánto, mientras me sea posible. No llevar cuentas.

Doblega mi arrogancia. ¡Qué mi alegría sea servirte a Ti, al más humilde, al pobre, al indefenso, al inocente!

¡Que no me compare! ¡Qué no compita por privilegios, por honores, por deferencias! ¡Que sienta como el mayor privilegio el poderte servir siempre y en todo momento!

¡Quita de mi toda máscara, apártala! ¡Hazme transparente, para que cuando mis hermanos vean y profundicen, no encuentren a otro que a Ti.


Roguemos al Señor…

Te lo pedimos Señor.

(Añade tus oraciones por las intenciones que desees, para que todos los que pasemos por aquí tengamos oportunidad de unirnos a tus plegarias)

Reflexión: Lc 11, 37-41

Martes 14 de octubre de 2008.

Lc 11, 37-41

Somos muy propensos a juzgar todo por las apariencias. Si alguien nos parece bien, porque se viste como nos gusta, porque mantiene el gesto que nos atrae, y en fin, porque su apariencia es atractiva, nos dejamos arrastrar. En cambio a aquel cuya apariencia externa no nos parece apropiada, lo marginamos, lo lapidamos, lo dejamos de lado.

¿Por qué somos tan propensos a la discriminación? ¿Por qué no somos capaces de sobreponernos y ver más allá de las apariencias? Tras las formas externas, la vestimenta, la cirugía estética (o la falta de ella), está el Espíritu de Dios mismo, en cada uno de nuestros hermanos.

Debemos luchar contra la hipocresía y la necedad de brindar privilegios por las apariencias. Esa es una gran torpeza, una estupidez de la que nos hemos hecho esclavos en el siglo XXI. Todos queremos ser guapos, atractivos y por eso rendimos culto a la estética, a la “eterna juventud”, a los trapos, a las joyas, a los autos, a las casas, a las comodidades, a los lujos…

Pero…¿Qué hay de la persona? Nos hemos olvidado de ella, por fijarnos en la decoración. Jesús, nos llama la atención. ¡Somos huecos!


Oremos:

Señor, que no ande por la vida dando la impresión que sólo me fijo en las apariencias, que sólo tengo palabras de adulación para los que “se ven bien”.

Que sea capaz de dar oportunidad a todos, sin fijarme en las apariencias.

Que las apariencias no sean el filtro, el obstáculo que me impida acercarme a mis hermanos y en ellos a Ti.

¡Que me esfuerce siempre por dar más de mi, sin importara quién!

¡Qué haga sentir bien a todos, pero sobre todo a los humildes, a los pobres, a los que no tienen cómo ocultar su pobreza, su humildad, su enfermedad, sus caries, su mal aliento, su hambre, su dolor y su olor!


Roguemos al Señor…

Te lo pedimos Señor.

(Añade tus oraciones por las intenciones que desees, para que todos los que pasemos por aquí tengamos oportunidad de unirnos a tus plegarias)

Reflexión: Lc 11, 29-32

Lunes 13 de octubre de 2008.
Lc 11, 29-32

Todos los días, todo el tiempo ocurren milagros a nuestro alrededor…Pero no hay peor ciego que el que no quiere ver. No los vemos y pedimos otras señales. ¡Qué otra señal más grande que la vida misma!

Jesús ha venido a salvarnos, cumpliendo la Voluntad del Padre. Nos ha rescatado de la muerte y del pecado, pagando con su vida por nosotros.

Nos ha reconciliado con nuestro Padre, nos ha mostrado el camino del amor y nos ha dejado el Espíritu Santo, para hacer posible que nosotros también transcurramos por la senda que conduce a la Vida Eterna, a la Felicidad, al Amor, al Padre.

¿Qué más queremos? Si todavía dudamos, si todavía titubeamos, será porque formamos parte de esta “generación perversa”.

Oremos:

Señor, sácanos de esta modorra, de esta pasividad que linda con la incredulidad. ¡Queremos servirte Padre Santo, danos la fuerza, el ánimo, la expresión, el gesto, la palabra!

Arranca de nuestra piel toda señal, toda presencia, toda similitud con la “generación perversa” a que se refiere Jesús.

¡Queremos contarnos entre los que creen, entre los que te siguen, entre los que hacen tú Voluntad!

Gracias Padre Santo por revelarnos el Misterio de la Salvación, Amén.



Roguemos al Señor…

Te lo pedimos Señor.

(Añade tus oraciones por las intenciones que desees, para que todos los que pasemos por aquí tengamos oportunidad de unirnos a tus plegarias)

Reflexión: Mt 22, 1-14

Domingo 12 de octubre de 2008.

Mt 22, 1-14

Hemos sido todos invitados a participar en el Reino. Todos hemos sido llamados, aun cuando algunos de nosotros podríamos pensar que hemos recibido una invitación especial, aquella en la que se incluye una tarjetita pequeña, en señal que somos íntimos, que somos invitados especiales. ¿Cómo no vamos a ir?

Sin embargo, cuantas veces despreciamos este llamado por atender otras cosas…tantas cosas que tenemos que hacer, tantas “obligaciones”, tantos negocios, tantas ocupaciones. ¡Uf…si no tenemos tiempo para nada!

Siempre nos estamos quejando por la falta de tiempo. Pero lo ocupamos en lo que de veras importa. O nos estamos distrayendo, dispersando, llenándolo de tonteras consumistas, de las que en realidad podríamos prescindir. ¿Qué es lo que realmente importa? ¿Le dedicamos el tiempo suficiente? ¿O estamos llenando nuestro día de una serie de tonterías sin importancia, para darnos mayor comodidad, mayor pompa, mayor lujo?

¡Anda a ver a tu hermano! ¡Anda a ver a tu Padre! ¡Visita al que sufre, al enfermo, al preso! Si es tiempo lo que más tienen, de lo que más dispones…Pues distribúyelo bien, entre lo que realmente importa.

¿Y, qué es lo que importa? Lo que el Señor te pide. Hacer Su Voluntad…eso es todo. ¡Qué fácil se dice!


Oremos:

Señor Jesús, ayúdame a comprender y distinguir lo importante de lo suntuario.

¡Permíteme hacer tu Voluntad, siempre!

No quiero ser de aquellos que te desprecian, de aquellos que te dejan para más tarde, para cuando tenga tiempo. Quiero estar en primera fila cuando me llames y asistir con el traje adecuado.

Permíteme ir siempre revestido de Ti. Que con eso me baste. Que no siga hurgando, revolviendo, buscando aquello que en realidad no Te importa, aquello que es banal, pasajero, frívolo, ridículo, egoísta…Que no caiga presa del orgullo, la vanidad y el consumismo.

Que ligero de equipaje, revestido de ti, me presente y responda oportunamente a tu invitación, Amé.


Roguemos al Señor…

Te lo pedimos Señor.

(Añade tus oraciones por las intenciones que desees, para que todos los que pasemos por aquí tengamos oportunidad de unirnos a tus plegarias)

Reflexión: Lc 11, 27-28

Sábado 11 de octubre de 2008.

Lc 11, 27-28

La alegría, la euforia que produce el conocimiento de Jesús es incontenible. ¡Cómo dejar de aclamar con esta mujer a María que dio a luz y amamantó a Jesús!

Sí, es imposible dejarse conmover con este Jesús ejemplar que vamos conociendo a través de los evangelios, este Jesús que, como dice el Padre Manolo en sus reflexiones (Les doy una Buena Noticia) es realmente ejemplar. Lucas lo ha ido presentando paso tras paso, faceta tras faceta.

Jesús debe ser El Ejemplo en nuestras vidas y me parece que esto es lo que Él quiere enfatizar en su respuesta.

¡Si pues, está muy bien! ¡Qué viva Jesús! ¡Qué viva María! Pero no nos quedemos en los cohetones, en las procesiones, en las devociones…Es preciso “escuchar la Palabra de Dios y cumplirla”.

Oremos:

Señor, permítenos ir más allá de las formas, más allá de las apariencias, para dar verdaderamente testimonio de Ti con nuestras propias vidas.

Deja que salgamos de nuestra euforia, de nuestra natural alegría por haberte conocido, para transmitir con nuestra vida tu mensaje.

No podemos quedarnos allí pasmados, embobados…debemos actuar.
Permíteme salir de mi mismo, de la lectura, de la interpretación, para pasar a la acción.

Danos la alegría, la felicidad de actuar siempre en tu nombre, Amén.


Roguemos al Señor…

Te lo pedimos Señor.

(Añade tus oraciones por las intenciones que desees, para que todos los que pasemos por aquí tengamos oportunidad de unirnos a tus plegarias)

Reflexión: Lc 11, 15-26

Viernes 10 de octubre de 2008.


Lc 11, 15-26

No podemos pretender desconocer que existe el mal, que existe el demonio y que el actúa permanentemente, siempre al asecho, para caernos encima en nuestros momentos de debilidad. Lo peor que puede pasarnos es que vivamos permanentemente en ese estado de debilidad, es decir permitiendo que el mal vaya copando nuestras vidas, que vaya avanzando en ciertos sectores y que se vaya instalando. Esa es su forma de vencernos.

Debemos revisar nuestras vidas…¿No hay cosas malas a las que nos hemos acostumbrado? ¿No hay esquinas, lugares, costumbres en las que la debilidad, el vicio, nuestra miseria se ha anquilosado, lugares a los que no entra la luz, lugares en los que no dejamos entrar a Dios.

¿Qué tan grandes son esos espacios? ¿Crecen? ¿Se reducen? ¿Nos dominan?

Es bueno hacer un examen de conciencia. Poner todo lo que somos en el tapete y examinarlo honestamente. No podemos engañarnos a nosotros mismos. Debemos dejar que el bien avance en nuestras vidas y no el mal. Lo peor que podemos hacer es ignorar o pretender ignorar que el mal existe, e incluso desconocer que existe en nuestras propias vidas. Porque es así como el avanza, agazapado, en la penumbra, tomando cada resquicio que vamos dejando descuidado. Pequeños vicios, pequeñas concesiones, pequeños escapes, pequeñas mentiras, pequeños engaños…Cuando queremos abrir los ojos, ya es demasiado tarde…hemos sido invadidos.

Esa es la advertencia que hoy debemos tener en cuenta. ¡No lo dejemos avanzar! O estamos con Jesús recogiendo o estamos en contra, desparramando. Tenemos que tomar partido, cada día, a cada momento. No es cuestión de hacerse el inocente y dejar pasar las cosas como si fueran inocuas, cuando en el fondo sabemos que estas nos ponen de uno u otro lado. O estamos con Jesús o no lo estamos. Así de claro y definido es el asunto.

Oremos:

Señor, que enfrentados entre el bien y el mal, siempre optemos por el bien.

Danos lucidez para distinguir entre lo bueno, lo que pertenece al Padre y lo malo, lo que nos hace esclavos y nos lleva a la perdición.

No permitas que el demonio entre en nuestras vidas con sus sutilizas, con sus engaños. Permítenos descubrirlo tras su disfraz siempre.

Dame humildad, sencillez, limpieza de corazón, para no caer en sus garras, en sus trampas. Aparta de mi el egoísmo, el orgullo, la vanidad, la falsa modestia. Haz de mi un instrumento de tu fe.

Purifícame. lávame, límpiame y mándame ir a Tí.

Señor, defiéndeme, haz que mi fortaleza sea inexpugnable, quiero tan solo servirte a Ti.


Roguemos al Señor…

Te lo pedimos Señor.

(Añade tus oraciones por las intenciones que desees, para que todos los que pasemos por aquí tengamos oportunidad de unirnos a tus plegarias)

Reflexión: Lc 11, 5-13

Jueves 9 de octubre de 2008.

Lc 11, 5-13

Si antes Jesús nos había enseñado a orar, refiriéndonos al Padre, nuevamente aquí nos hace reflexionar en torno a la bondad del Padre. Hasta donde podemos pedirle, molestarlo, impacientarlo…Y qué podemos esperar de Él.

Por qué podemos creer tan fácilmente en nuestras cualidades y sin embargo nos cuesta pensar que si nosotros podemos ser tan buenos, tan generosos, tan comprensivos…cuánto más será nuestro Padre, que es Dios.

Jesús nos pretende hacer entender que si nosotros somos capaces de bondad, si podemos encontrar entre nosotros esa figura del padre ideal, entonces estamos en condiciones de entender que nuestro Padre, Dios, es infinitamente superior. Podemos esperar de Él, que nos dé lo que pedimos, aun importunándolo, pues de la misma manera actuaríamos nosotros con aquél que viniera con insistencia a pedirnos algo, aún en forma inoportuna.

Pero Jesús añade algo más, una idea, un concepto que muchas veces pasa inadvertido para nosotros, porque todo el texto anterior es tan rebosante, que nos detenemos en el, nos basta y nos sobra, aun cuando no lleguemos a entender la última parte.

Y sin embargo, si meditamos sobre lo que nos quiere decir con esta última pregunta, posiblemente recién podamos tener el cuadro completo de lo que nos quiso transmitir, de lo que debemos buscar. El don más importante, el bien más preciado, aquél con el cual somos invencibles: el Espíritu Santo.

¿Lo creemos? ¿Lo queremos? ¿O es algo más bien incomprensible, un pegote en el texto, que no alcanzamos a comprender y que por eso no tomamos en cuenta? Preferimos quedarnos con todo lo anterior, porque parece más amplio, más a nuestro gusto y nos permite crear nuestra propia escala, nuestra propia lista de necesidades, que seguramente serán satisfechas si pedimos con insistencia. Nuestra propia lista, en la que incluso no figura el “Espíritu Santo”. ¿A qué viene esta aclaración?



Oremos:

Señor, dame tu luz para entender que nuestro Padre nos ha dejado, nos ha dado el don más preciado, aquél que debía colmar todas nuestras aspiraciones, todos nuestros anhelos, el don del Espíritu Santo.

Permíteme entender que puedo pedir todo, puedo pedir lo que sea y si está en Tú Voluntad, me lo darás, pero que sin embargo ya hay algo que me has dado, algo que poseo que vale más que cualquier cosa que pudiera imaginar, querer o encontrar, y es el Don de Tu Espíritu Santo.

Báñame, lléname, cólmame de tu Espíritu, para que vaya por el mundo derramando tu Gracia, Amén.


Roguemos al Señor…

Te lo pedimos Señor.
(Añade tus oraciones por las intenciones que desees, para que todos los que pasemos por aquí tengamos oportunidad de unirnos a tus plegarias)

Reflexión: Lc 11, 1-4

Miércoles 8 de octubre de 2008.

Lc 11, 1-4

Jesús nos enseña a orar. Dejar de lado tantas palabras, tanta verborrea, para pedir de manera simple y sencilla por lo que debemos pedir, a nuestro Padre. Si tan sólo pudiéramos tomar conciencia de lo que nos dice el Señor y recordarlo cada segundo de nuestras vidas…por lo menos cada día, es posible que nuestra actitud y nuestro modo de actuar fuera otro.

Oremos:
Padre Santo, permítenos entender el significado de estas palabras y actuar efectivamente como hijos tuyos y hermanos del resto de la humanidad.

Tú has querido que te reconozcamos como Padre y enviaste a Tú Hijo para reconciliarnos y enseñarnos el amino, ablanda nuestro corazón y nuestro carácter, para que entendamos correctamente lo que esto significa y reorientemos nuestras vidas poniéndolas a tu servicio y al de los demás.

Que nuestra vida refleje esta unión filial, que seamos agradecidos y que tengamos con nuestros hermanos la misma paciencia que tu tienes con nosotros. Que seamos cariñosos, bondadosos, alegres, portadores de esperanza, de paz, de unión…


Roguemos al Señor…

Te lo pedimos Señor.

(Añade tus oraciones por las intenciones que desees, para que todos los que pasemos por aquí tengamos oportunidad de unirnos a tus plegarias)

martes, 7 de octubre de 2008

Reflexión: Lc 10, 38-42

Lc 10, 38-42

Jesús nos llama a discernir entre lo importante y lo suntuario. Es que si nos ponemos a reflexionar en torno a lo que hacemos todos los días, en torno a lo que nos mantiene ocupados, aquello a lo que dedicamos la mayor parte de nuestro tiempo, a lo mejor estamos tratando de atender simultáneamente muchas cosas y nos damos con la sorpresa que no estamos dando tiempo a lo que es realmente importante.

Andamos muy agitados, corriendo de aquí para allá, sumamente atareados y no solamente ocupados, sin incluso preocupados. Todo nos preocupa y angustia. Pero, detengámonos un momentito. Estamos haciendo realmente lo que es importante. Estamos ocupándonos de lo que importa en la vida o nos estamos dejando apabullar por una serie de “obligaciones”, muchas de las cuales podríamos dejar de hacer, sin que por eso se venga el mundo abajo.

¿Qué es lo que debemos hacer? Aquí me parece que juega un papel vital esa famosa palabrita que nos enseñó a comprender San Ignacio: discernir. Debemos aplicar el discernimiento para hacer aquello que realmente importa; para no dispersarnos y peor aún, para no dejar de lado lo importante: la Voluntad del Señor en nuestras vidas. Para algo hemos sido llamados. ¿Cuál es nuestra Misión?

Si no encontramos ese hilo conductor, caemos en el riesgo de hacer todo y nada al mismo tiempo; de llenar nuestras vidas de rutina, de mucha actividad, pero sin ninguna trascendencia. Nosotros estamos llamados a construir el Reino, por lo tanto esta debe ser nuestra primerísima prioridad y hacia ello debemos dedicar lo mejor de nuestro tiempo y esfuerzos.

¿En qué forma lo que hago contribuye a la construcción del Reino? Esa debe ser la pregunta que debemos tratar de responder cada día con nuestras propias vidas.


Oremos:

Señor, dame la capacidad de discernir entre lo importante y lo suntuario.

Luego, más aún, dame la lucidez, la voluntad y la energía hacer cada día lo que debo hacer. No permitas que me disperse, que pierda mi tiempo en trivialidades, que me atraen mucho, pero que en nada contribuyen a realizar mi misión.

Haz que aquilate cada minuto, cada segundo, poniéndolo a tu servicio. ¡Que no pierda mi tiempo Señor! Que en realidad no es mío, sino que me lo has prestado para que cumpla mi misión.

La vida, mi vida, no puede ser pura distracción, puro pasatiempo, pura vacación y frivolidad. Esa no es la mejor forma de disfrutar la vida, como el maligno nos pretende hacer creer. ¡Hay tanto que hacer, que basta con la noche bien dormida para renovar las energías para servirte cada día!
Y aun nuestra noche, el descanso que Tú consagraste, te lo ofrecemos a Ti


Roguemos al Señor…

Te lo pedimos Señor.

(Añade tus oraciones por las intenciones que desees, para que todos los que pasemos por aquí tengamos oportunidad de unirnos a tus plegarias)

lunes, 6 de octubre de 2008

Reflexión: Lc 10, 25-37

Lc 10, 25-37

Nuevamente el Señor habla muy claro, para aquél que realmente lo quiere escuchar. La parábola del Buen Samaritano, no deja dudas respecto a lo que se espera de nosotros, respecto al buen proceder que debe guiar siempre nuestras vidas. El ejemplo es claro y exigente. Se trata de comprometernos con nuestro prójimo, hasta donde sea necesario. Ojo, hasta donde él nos necesite.

No podemos ser indiferentes. Nosotros sabemos lo que tenemos que hacer, pero preferimos pasar de largo, haciéndonos los desentendidos, los que no sabemos, los que no nos damos cuenta…y sin embargo tomamos un rodeo.

Qué fácil, cerrar los ojos o mirar para otro lado. Qué difícil, pero qué necesario, mirar de frente, sentir compasión, curar las heridas, poner a buen recaudo al que sufre y velar por su recuperación definitiva. Comprometernos con él.

No sabemos a dónde iba el Samaritano, pero seguramente, como nosotros, tenía muchas cosas que hacer, obligaciones que atender, responsabilidades contraídas. Pero todo lo interrumpió para hacer lo primero. Nada hay más importante que la vida. Nada es más importante que aliviar el dolor del que sufre, atender al desvalido, al indefenso. Eso es lo que tenemos que hacer y nosotros lo sabemos muy bien: “Amar a Dios por sobre todas las cosas y al prójimo como a nosotros mismos.”

“Vete, y haz tu lo mismo”.


Oremos:

Señor, perdónanos por cuantas veces te hemos visto sufriendo, abandonado, adolorido, y hemos pasado de largo, pretendiendo ignorarte, como si las cosas no pasaran si no las miramos, si las ignoramos. Por actuar como el avestruz, perdónanos Señor.

Danos ojos compasivos y un corazón generoso. Danos el valor para sobreponernos al temor, a la duda, a la comodidad, a la rutina y actuar con misericordia con los que sufren.

Queremos servirte, Señor, allí donde seamos necesarios, sin condiciones, poniendo todo lo que somos, todo lo que tenemos. ¡Ayúdanos a cumplir con nuestra misión!

Danos un corazón misericordioso y compasivo.



Roguemos al Señor…

Te lo pedimos Señor.

(Añade tus oraciones por las intenciones que desees, para que todos los que pasemos por aquí tengamos oportunidad de unirnos a tus plegarias)

domingo, 5 de octubre de 2008

Reflexiones: Mt 21, 33 - 43

Mt 21, 33 - 43

Hemos recibido un encargo. Todo ha sido cuidadosamente planeado, previsto y preparado. Todo está listo. Lo único que hace falta es que actuemos responsablemente, coherentes con el encargo. No somos dueños de la viña. La hemos recibido con el encargo de cuidarla y hacerla fructificar. Pero no podemos perder de vista que se trata de un encargo y que, tomada nuestra parte, nuestra paga, debemos hacerla producir para el dueño.

Está claro. Tenemos una misión. No podemos desentendernos de ella y mucho menos pretender ignorar o evadir al dueño, al que nos la ha conferido, como si pudiéramos ignorarlo. A la larga o a la corta, Él vendrá a pedirnos cuentas. ¿Qué le diremos? ¿Osaremos matar a sus enviados y por último trataremos de matarlo a Él mismo en vez de darle lo que le corresponde?

¿Por qué no poner en orden nuestras vidas ahora que podemos, llevando las cuentas claras, para que llegado el momento no tengamos nada que ocultar, nada de qué avergonzarnos? Y si hemos hecho mal…¿por qué seguir metiendo la pata? ¿No podemos arrepentirnos y cambiar? El problema no está en caer, sino en no levantarse. El Señor nos perdonará y acogerá con los brazos abiertos.

“La piedra que desecharon los constructores es ahora la piedra angular”, ojo con estas palabras, que es posible que el dueño no sea a quien estamos mirando, privilegiando y rindiendo pleitesía en nuestras vidas. ¡No nos equivoquemos! Es Jesús nuestro Señor, aquel a quien debemos seguir, a quien debemos servir. Y Él no vive precisamente en un palacio, ni asiste posiblemente a nuestro club. Tenemos que hacernos como niños para entenderlo, verlo y seguirlo.
¿A cuántos cobradores nos habrá enviado el Dueño de la Viña a pedir su parte, a cobrarnos lo que le corresponde? No lo nuestro, sino sólo lo que le corresponde ¿Y qué habremos hecho con ellos? ¿Los habremos ignorado? ¿Los habremos condenado? ¡¿Los habremos matado?!

Oremos:

Señor, permítenos enderezar nuestra vidas; que fructifiquen abundantemente.

Que actuemos con desprendimiento, compartiendo todo cuanto tenemos, con aquellos que nos lo piden…No sea que seas Tú que vienes por tu parte y te la neguemos.

¿Quiénes somos nosotros para guardar y atesorar lo que no es nuestro, en contra de tu voluntad? Si Tú lo quieres, si Tú lo pides, si Tú lo necesitas, aquí lo tienes Señor.

Haznos libres. Que no nos ate nada más que el deseo de servirte, de darte todo lo que somos, cuando lo pidas.

Danos la alegría de compartir, la alegría de dar. Que encontremos alegría y felicidad en dar, antes que en tener, que en atesorar.

Sí, sabemos que Tú nos darás ese consuelo, pero inspíranos y danos el valor de dar el primer paso.

Perdón Señor, por todas las veces que te hemos fallado; por todas las veces que hemos guardado tanto innecesariamente, sólo por el placer y el gusto de tener. Atesorar y atesorar ¿para qué?

Danos una vida austera Señor. Que sepamos seguirte desde nuestra pobreza, como el gran Francisco de Asís.


Roguemos al Señor…

Te lo pedimos Señor.

(Añade tus oraciones por las intenciones que desees, para que todos los que pasemos por aquí tengamos oportunidad de unirnos a tus plegarias)

sábado, 4 de octubre de 2008

Reflexiones Lc 10 17-24

Lc 10 17-24

Esta lectura me trae mucha consolación. Me llena el corazón, reboza mi espíritu ante la revelación íntima y confidente que hace Jesús a sus discípulos: “¡Dichosos los que ven lo que ustedes ven!”. Jesús que usa el gesto y la palabra precisa en cada ocasión, no se guarda para comunicarnos la enorme alegría que debemos tener, la gran bendición que ha caído sobre nosotros al compartirnos La Revelación: “Nadie conoce al Padre, ni al Hijo, solamente aquél a quien el Hijo se lo quiera Revelar”.

Esta es una Gracia concedida a los humildes, a los pobres y oculta a los ricos y sabios, porque así lo ha querido Dios Padre.

Otra lección más nos da Jesús en esta lectura. Alegrarnos por la triunfo del Bien, antes que por la derrota del maligno o de los malvados que lo sirven. Debemos ser siempre positivos; ver el lado bueno, antes que detenernos en el mal. Celebrar que se haga justicia, antes que la caída del tirano. Tener nuestra mirada puesta en el Reino, en Dios Padre que hace salir el sol para todos, en el triunfo del amor, antes que regocijarnos por la derrota del mal o por el enorme poder de Dios que garantiza la victoria final.


Oremos:

Padre Santo, danos un corazón humilde para poder ver lo que Jesús nos Revela. Un corazón puro, para fijarnos siempre en el bien, en la justicia y en el amor.

No permitas que anide en nosotros la venganza, la revancha, la enemistad o el rencor. Que tengamos nuestra mirada siempre puesta en Ti.

Haz que atesoremos en nuestro corazón la Revelación, como el más valioso tesoro; que brille en nuestros ojos, en nuestros gestos, en nuestros actos y en nuestras palabras, como signo inconfundible del infinito amor que has derramado sobre nosotros.

Que sepamos aquilatar nuestras vidas, como depositarios del mayor tesoro que por tu infinita Gracia has querido regalarnos.


Roguemos al Señor…

Te lo pedimos Señor.

(Añade tus oraciones por las intenciones que desees, para que todos los que pasemos por aquí tengamos oportunidad de unirnos a tus plegarias)

viernes, 3 de octubre de 2008

Reflexión: Lc 10, 13-16

Lc 10, 13-16

Esta es una advertencia muy seria del Señor a todos cuantos hemos tenido el privilegio de conocerlo, de haber recibido a manos llenas su Gracia. Los que hemos tenido la suerte de nacer en hogares católicos o cuando menos cristianos, y habiendo recibido un buen testimonio familiar, sin embargo, si realmente sopesarlo, lo hemos rechazado muy fácilmente, adoptando una posición contraria la Iglesia, por motivos subalternos, personales y a veces incomprensibles.

Al que más se le dio, más se le exigirá. Es la tónica de todo el evangelio. No se puede encender un candelero para ponerlo bajo la cama; si recibiste como 10, debes devolverlo con creces; cada quien debe cumplir a cabalidad con su misión, pues a cada quien se le dio conforme a sus posibilidades.

Nosotros conocemos perfectamente en nuestro interior a qué se refiere Jesús con estas palabras. Ya sabemos a qué debemos atenernos, si lo escuchamos y hacemos como que lloviera. Es hoy cuando tenemos que actuar, no mañana.


Oremos:

Señor, danos el coraje de seguirte. Oída tu palabra, ponerla en práctica.

No permitas que nos desviemos de tu camino, aun cuando este pueda significar sacrificio y desprendimiento de todas aquellas comodidades y privilegios a los que nos aferramos. Que sepamos ordenar nuestras vidas en función de tu palabra y de tu Voluntad.

Que no seamos nunca merecedores de tu maldición. T si por algún motivo caemos, danos la oportunidad de arrepentirnos y cambiar.

¡Queremos servirte Señor en la construcción del Reino!

No nos dejes a nuestra suerte, que sin Ti, nada somos.

Labra tu nombre en este duro corazón, Amén.

Roguemos al Señor…

Te lo pedimos Señor.

(Añade tus oraciones por las intenciones que desees, para que todos los que pasemos por aquí tengamos oportunidad de unirnos a tus plegarias)

jueves, 2 de octubre de 2008

Reflexión: Mt 18, 1-5.10


El Señor habla claro. No se va con rodeos. Lo que pasa es que nosotros somos duros para entender o quizás debemos decir que no queremos entender. No hay peor ciego que el que no quiere ver.

Aquí tenemos una nueva lección. Los discípulos, como nosotros, siempre andan preocupados por quién será el más importante, quién será el primero, cómo destacar, cómo distinguirnos. Aspiración o pretensión al parecer muy humana, muy propia de nuestra naturaleza, que nos lleva a condicionar nuestra forma de actuar. Queremos ser los primeros. Queremos ser observados, admirados y tenidos en cuenta. Que todos sepan quienes somos…

Que digan: que bueno, que acertado, que razonable es fulanito. Que equilibrado, que justo, que guapo o guapa; en fin…qué buena gente. An damos buscando la simpatía y aceptación de todos o cuando menos de la mayoría y sobre todo de los “más importantes”. De esta forma, sentimos que también nos hacemos importantes. Por eso cuidamos de nuestros amigos, cuidamos con quien nos ven, con quien nos juntamos y a quien saludamos efusivamente. Hacemos distinciones…y nos gusta que nos distingan.

Devolvemos lo que sentimos que nos dan. Pensamos cada paso y vamos calculando fríamente cada uno de nuestros actos y actitudes. ¿Por qué vamos a brindar simpatía a quienes sentimos que nos desprecian, que nos aborrecen o cuando menos, que les somos indiferentes? Si quieren recibir algo “de lo bueno que soy y tengo”, primero deben estar dispuestos a darme lo mismo o por lo menos a apreciarlo. No damos puntada sin nudo.

Así somos. Aquel que diga que no, que tire la primera piedra. El Señor lo sabe, por eso MUY CLARAMENTE, sin dejar lugar a dudas, nos dice cómo debemos ser. Por si fuera poco, trae a un niño y lo pone en medio.

¿Cómo es un niño? Todos somos capaces de hacer un ejercicio mental, una lluvia de ideas y poner todas las características de un niño, empezando por la inocencia, la humildad, la falta de prejuicios, la sinceridad y el amor. Un niño es alegre, mira y sonríe abiertamente. Dice lo que piensa y es sensible. Perdona al instante. Cree. Ama por igual a ricos y pobres, blancos, cholos y negros; hombres y mujeres; guapos y feos; animales y plantas…Un niño se adapta y obedece; espera…

En fin…Todas estas y otras razones son las que le valen el primer lugar. Nosotros debemos ser como niños. ¿Nos esforzamos por serlo cada día?

Por si fuera poco, una nueva alusión a los ángeles en referencia a los niños. Cada uno tiene su ángel y es muy cercano a Dios…Es decir que vela permanentemente por él.(y hoy la Iglesia celebra a los Ángeles Custodios)

Seamos como niños y el mundo cambiará.

Oremos:

Señor, que difícil ser como niño, dejando todos nuestros privilegios, todos nuestros “derechos” de adulto. Danos inocencia, pureza de corazón y espíritu, para mirar a nuestros hermanos francamente y sonreírles abiertamente.

Ablanda nuestros corazones, purifica nuestro espíritu. Haznos capaces de perdonar y de dar sin límites.

Danos la alegría de vivir…que la llevemos por donde vayamos, especialmente entre los más pobres, necesitados y desolados. Que seamos portadores de esperanza, de paz y amor, más que de razón.

Señor, danos un corazón de niño.

Roguemos al Señor…

Te lo pedimos Señor.

(Añade tus oraciones por las intenciones que desees, para que todos los que pasemos por aquí tengamos oportunidad de unirnos a tus plegarias)

miércoles, 1 de octubre de 2008

Reflexión: Lc 9, 57-62


Seguir a Cristo no es fácil. Su camino es exigente. Requiere una decisión y un valor que debemos renovar cada día y que será imposible alcanzar sin su ayuda. No podemos dejarlo todo en nuestras manos, en nuestra capacidad. Debemos acudir a Él, a su iluminación, a su inspiración, recordando que lo que para nosotros es imposible, para Él es factible si está dentro de sus planes.

Jesús nos propone una misión, que es finalmente la misma que Él debe cumplir. Esta tarea es trascendente, es urgente, es vital. Debe ser nuestra prioridad, por sobre todo; antes que todas nuestras razones, nuestras debilidades y nuestras condiciones. El seguimiento incondicional de Jesús exige de nuestra parte una sintonía, un tono especial, que sólo puede darnos el Espíritu Santo. Esto es lo que debemos comprender. Sin su apoyo, sin su ayuda, la misión será imposible.

Este apoyo, esta ayuda la encontramos en los Sacramentos, en la oración. Debemos vivir en Gracia y ello es posible gracias a estas ayudas proporcionadas por el Espíritu Santo. Por ello, no debemos cansarnos de pedir su apoyo, día a día, para discernir el Camino correcto en cada situación, en cada momento, en cada una de nuestras obras, recordando que por encima de todo está Su Voluntad.

Oremos:

Señor, permítenos contribuir cada día, en cada uno de nuestros gestos, con cada una de nuestras palabras, con cada uno de nuestros actos, a la construcción del Reino.

Que sigamos siempre tu Voluntad y no nuestros caprichos, por muy razonables que estos parezcan. Somos expertos en construir razones y justificar nuestro ocio, nuestra desidia, nuestro temor o nuestra comodidad. Que ninguna de estas sea motivo para alejarnos de Ti y tu palabra.

Que nuestra mirada permanezca siempre en la meta final, la misma que habremos de alcanzar si confiamos en Ti.

Acrecienta nuestra fe.

Aparta de nosotros toda tentación.

Permítenos llevar una vida ejemplar. Que todos nuestros hermanos encuentren a Ti en nosotros.

Roguemos al Señor…

Te lo pedimos Señor.

(Añade tus oraciones por las intenciones que desees, para que todos los que pasemos por aquí tengamos oportunidad de unirnos a tus plegarias)

Reflexiones de HOY