Roguemos al Señor - últimas reflexiones

Aldila - Oficial

sábado, 14 de marzo de 2009

Reflexión: Lc 15,1-3.11-32


Estamos frente a uno de los episodios más conmovedores del evangelio, la parábola del hijo pródigo. Podemos reparar que Jesús la cuenta a propósito de las murmuraciones de los escribas y fariseos, por las malas juntas que este tenía, al reunirse con publicanos y pecadores.

Los “dueños de la verdad”, los “limpios”, los “puros” resentían que Jesús se juntara con aquellos que ellos rechazaban o cuando menos mantenían distancia, para no contaminarse. Les escandaliza que Jesús ande con pecadores y seguramente también con pobres, humildes y andrajosos.

Jesús en cambio, no rechazaba a ninguno que se le acercara y no temía juntarse con nadie. Conversar, ayuda, alivia, cura a prostitutas, leprosos, cobradores de impuestos, oficiales romanos y cuanta gente le buscaba afligida, arrepentida, dolida…Jesús era portador de paz, la transmitía y obraba un gran cambio en quienes lo recibían. Jesús venía a anunciar al Padre de todos, al Padre de la humanidad entera, de buenos y malos, de ricos y pobres, de sanos y enfermos, aun de los despechados y pecadores como el hijo pródigo.

Y es que Jesús, como dirá en otro momento, ha venido a sanar a los enfermos. Es penoso y lamentable que el que está bien, el que lo ha tenido todo, incluso claridad y discernimiento, recienta que su hermano menor, ofuscado, ambicioso y seguramente preso de sus debilidades, habiendo caído en lo más hondo, haya recapacitado y vuelto al Padre, lejos del cual le era imposible vivir. Más aún, que recienta el extraordinario recibimiento que le hace el Padre, “porque este hermano tuyo estaba muerto, y ha vuelto a la vida; estaba perdido, y ha sido hallado”.

Debemos procurar comprender esta parábola para tratar de entender el inmenso amor que nos tiene el Padre, quién para reconciliarnos, para salvarnos fue capaz de enviar a su único hijo, al que maltratamos y mandamos morir en la cruz. Arrepentidos volvemos los ojos a Él y Él nos perdona, abraza y nos vuelve a dar nuestro lugar de hijos y herederos del reino. Hemos sido perdonados, hemos sido salvados…

Oremos:

Señor, no permitas que viva comparándome siempre con mis hermanos y mucho menos envidiando o anhelando lo que tienen. Dame fe para saber que tú me das lo que necesito a cada instante y valor para vivir con ello dando testimonio de tu amor.

Dame generosidad para alegrarme del bien que produces en mis hermanos. Permíteme seguirte siempre y si flaqueo, ayúdame a encontrarte y caminar siempre por tu senda.


Roguemos al Señor…

Te lo pedimos Señor.
(Añade tus oraciones por las intenciones que desees, para que todos los que pasemos por aquí tengamos oportunidad de unirnos a tus plegarias)

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